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miércoles, 12 de enero de 2011

Me sentí la más ruín y canalla de todas las mujeres... Me aseguré de que no estar en su campo visual, de que tuviera la atención en el anaquel del rincón, que estuviera demasiado entretenido como para notar mi ausencia. Lo pensé por menos de tres minutos, no pensé en la reacción que tendría, en lo que sentiría, en lo que iba a pasar. Volteé a mi alrededor un par de veces, que ni siquiera el empleado me estuviera viendo, por la vergüenza, por el qué dirán de esa chica que corre como si la persiguieran, como si la estuviera pasando tan mal y salí corriendo del lugar, tratando de cruzar el siga que ya estaba cambiando, entre la gente, entre la mujer que no me dejaba pasar por no quedarse un paso atrás, corrí, golpeando a todos con el bolso, pidiendo disculpas por los codazos, disculpas de sobra, disculpas que sin duda debí haberle ofrecido a él. Pero qué importa, corrí sin pensarlo, sin saber qué hacia, hacia dónde lo hacía, por qué lo hacía. Parecía todo planeado, que yo había planeado huir, entrar con él a ese lugar por si había algo nuevo, si yo sabia que no había nada nuevo, esperar a que se volteara para entónces emprender la huida. Corrí rápido, sobre un atardecer nublado, con sudor de miedo, corría pensando por qué corría. Corría con asco, pero no de él, sino de mí, de correr porque él no era quien yo quería que estuviera ahí.

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